"LA DOLORES" TUVO APELLIDOS
Hasta ahora "La Dolores" había nacido alumbrada en la boca de un ciego, que Feliú y Codina escuchó hecha copla en la estación de Binéfar, aunque García Arista, más "codinista" que Codina, aseguro que fue en la de la Zaida.
Feliú y Codina, instado por la copla, se desplazó a Calatayud para ambientar su novela. Sobre la real moza construyo la tramoya de su fantasía, pensando en la ambientación apropiada a la estructura que subyugase a los futuros lectores.
Aquella "Dolores" de Feliú recorrió el mundo, ora vestida de drama, ora de película, ora de copla o en la majestad operística de Bretón. La absurda molestia del pueblo bilbilitano ante los foráneos inquisidores del nombre de su paisana, se quiso compensar en 1924 con un no menos absurdo homenaje de desagravio a la mujer bilbilitana. Lo único positivo de este acto literario fue el relanzamiento de dos maravillosas partituras de los maestros Luna (de Alhama de Aragón) y Marquina (de Calatayud), que fueron respectivamente "Una noche en Calatayud" y "La mujer bilbilitana". El mito de "La Dolores" lleva siglo y medio dando la vuelta al mundo sobre las innumerables ruedas del arte.
El once de septiembre de 1994 añade una página más en la historia de esta mujer aragonesa. Se estrenó en Calatayud por el Ballet Aragonés "Baluarte", la obra basada en la vida real de Dolores Peinador Narvión, "¿Quién fue la Dolores?", según la versión del escritor e investigador bilbilitano Antonio Sánchez Portero, quien incluyo el resultado de sus documentadas indagaciones en 1987 en su libro "La Dolores: Un misterio descifrado". En un local de mil localidades se agotó el aforo en las dos sesiones, por lo que tuvo que repetirse el día 17. Tras nuevas representaciones en diversos pueblos aragoneses, estuvo durante una semana presente en Zaragoza por sus fiestas del Pilar.
Como contestación al título de la obra aparece sobre el escenario una mujer nacida en Calatayud en 1819, a quién deja sola el segundo matrimonio de su padre. Una mujer sin Lázaro, Melchor o Gaspara, pero con juerguista marido y dos hijos. Una Dolores sin Mesón, pero escondida en las sombras de la calle San Torcuato. Una mujer, como dice Sánchez Portero, "mediatizada por la ambición de un padre y un marido que se disputaron y dilapidaron la cuantiosa herencia que le pertenecía". Una Dolores anónima muriendo abandonada en un hospital de la capital de España. Me diría Sánchez Portero el día del estreno: “solo me falta encontrar el lugar donde está enterrada”.
Por encima del montaje, polémicas aparte, opiniones o críticas, fue interesante el fenómeno social que se produjo entre el público. Un pueblo había perdido su vergüenza hacia un nombre. Mientras el romance se hacía jota, y la jota se vestía de ballet, los bilbilitanos se sentían orgullosos de la mujer que compartía la tarde-noche con ellos, y las mujeres rompían sus manos en aplausos hacia la mujer que había traspasado la frontera de los siglos propagando el nombre de Calatayud por el mundo. Fue significativo y emocionante como subió el tono de los aplausos cuando Dolores, personificada por Eva Gonzalvo, apareció en escena al final de la representación.
Sin pretenderlo, se había tributado el mejor homenaje a la mujer bilbilitana, porque habían sido ellas, siglo y medio después, quienes habían sentido el orgullo de abrazar, con sus ovaciones, al mito hecho carne, que era una pequeña parte de su larga historia.
Sergio Zapatería G.
(16 de octubre de 1994)