El Mesón 1999.

UNA LEYENDA UNIVERSAL


 

 

 

 


 

 

 

 

cuando a mediados del siglo pasado, inmersa en los avatares que le tocó vivir, zarandeada por el forcejeo que mantenían su marido y su padre por su herencia, acaso impulsada a los devaneos por su propia condición o por las circunstancias, que lejos estaría Dolores Peinador Narvión de sospechar tan siquiera que, en alas de una copla surgida del pueblo de forma anónima, su nombre, simplificado en el de «La Dolores», se iba a hacer universalmente famoso. Pero el mito, alentado por su excepcional belleza y por su protagonismo social, comenzó a crecer y crecer y difundirse por todos los ámbitos, siendo él mismo un semillero de nuevas creaciones que se nutría de su propia esencia.

En el momento de redactar estas líneas, todavía no conozco la fecha ni el lugar en que murió Dolores Peinador, quien, de vivir, tendría 48 años cuando se estrenó en Barcelona, en 1867, la sinfonía que lleva su nombre, compuesta por el maestro Mariano Obiols. A partir de entonces, se han sucedido las composiciones musicales de todo tipo:

Tanda de Valses, de Emile Wandteufel (1880); Serenata de Carosio (1916); Marcha Española, de Sentís (1927); Vals, de Grossman y Ward, interpretado por J. Ring y su orquesta de jazz-band «original americano» (1929); Vals, de Rampaldi (1930), y algunas otras.

La primera película sobre «La Dolores» se filmó en 1908. y a ella le siguieron las versiones de Maximiliano Thous (1923); de Florián Rey, con Conchita Piquer (1939); «La copla de la Dolores» de Benito Perojo, con Imperio Argentina (1947), y «Alma aragonesa», de José Ochoa con Lilián de Celis (1961).

También hay un verdadero montón de obras teatrales y zarzuelas: El drama de Feliú y Codina (1893): «Dolores, de cabeza o El colegial atrevido», parodia de Granes con música de Arnedo (1895): «Doloretes», boceto lírico-dramático, de Arniches, con música de Amadeo Vives y Manuel Quislant (1901): «La hija de la Dolores”, glosa dramática de Fernández Ardavin (1927), y «Lo que fue de la Dolores», comedia dramática, de Acevedo (1933), entre otras.

No es tampoco ajeno el tema de la Dolores a la novela. A “La Dolores. Historia de una copla”. 2.000 páginas de Feliú y Codina, le siguieron «La María», de Darío Pérez, inédita (1895); «Dolores o La moza de Calatayud», de Álvaro Carrillo (1900), y «Calatayud —una ilusión— o La copla de la Dolores», de Elías Filpi Labruna (Montevideo, 1984).

En el plano popular, se han difundido hasta la saciedad el romance «Pobre Dolores», letra de Montero Alonso y música de Zamacois, que lo cantaba Alicia Alonso en los años veinte; las canciones de Conchita Piquer e Imperio Argentina; «Mesonera de Aragón», de los Xey (1960), y, sobre todo, el pasodoble «Si vas a Calatayud» de Valverde y Zarzoso, estrenado en Argentina (1944).

Pero, quizás, la mayor proyección y consolidación de la leyenda a nivel universal se la haya dado su incursión en el mundo de la lírica. Para localizar buen número de las obras siguientes y de diversas composiciones musicales ya citadas, ha contado con la valiosísima ayuda del investigador y coleccionista catalán Antonio Massísimo. A la ópera de Bretón, la más divulgada (Madrid, 1895), se unen las de Auteri Manzocchi, libreto de Auteri Pomar (Florencia, 1875); la ópera cómica de Desiré Henri Prys, libreto de F. Decamps (Tournan 1883); la ópera de André Pollonnais, libreto de Georges Boyer (Niza, 1897); el mimodrama musical de Adams y de Sentís (Marsella, 1912); la opereta de Stolz, libreto de Kurt Robitshek (Budapest, 1919), y el «roman musical» de Michel Maurice Lévy, libreto de Louise Marión, basado en la novela «Flor de mayo» de Blasco Ibáñez (Paris, 1952).

Todo este cúmulo impresionante de obras que tienen el denominador común de estar inspiradas, en mayor o menor medida, en «La Dolores», hacen de este personaje, en el que se funden y confunden la realidad con la fantasía, un ser excepcional y único. No es nada extraño, por tanto que la leyenda que se ha creado en torno a ella haya alcanzado una difusión universal.

(2 de mayo de 1993)

Antonio Sánchez Portero

 

Recuperar un atractivo turístico

Hemos tenido que llegar a los umbrales del siglo XXI para que el tema de la Dolores no levante ampollas en los bilbilitanos. Aún así, todavía quedan algunos recalcitrantes que adoptan una postura a todas luces incomprensible. Porque, aún dando por hecho que la Dolores hiciese «favores», lo que está por ver —a tenor de los nuevos documentos que afloran sobre su vida—, ese no es motivo para que se haya hecho tabla rasa a todas las mujeres de Calatayud y se haya asumido ese suceso como una vergüenza colectiva. Si no hubiese sido así, si por un puritanismo mal entendido no se hubiera adoptado una actitud incomprensible, volviendo la espalda y afilando las uñas ante una leyenda universalmente conocida, otro gallo nos cantaría.

Cuando ahora que Calatayud está en horas bajas suspiramos por la promoción turística como panacea que alivie sus males, y pensamos que el mito de la Dolores —incluso con su morbo, o precisamente por ello— podría ser el gancho que atrajera ese turismo tan necesario como es, lamentamos que un noble edificio como el Mesón de la Dolores se encuentre medio hundido y a punto de caer irremediablemente.

Si cuando dejó de funcionar como tal la Posada de San Antón, en la década de los sesenta, se hubiese actuado con un mínimo de lógica, por muy poco dinero, convenientemente remozado, tendríamos en uso este emblemático Mesón de la Dolores, mundialmente famoso. Algo se hizo para intentar convertirlo en parador de turismo, pero tan tímidamente que todo quedó en agua de borrajas.

En la actualidad, varios colectivos: la Peña Cuna del Cachirulo, Interpeñas y el gremio de hostelería —¡quién lo hubiese dicho no hace tanto!— han intentado recuperarlo, pero se enfrentan con un considerable montón de millones. No obstante, algo habría que hacer para que no se pierda el símbolo que materializa, además de la leyenda, un tesoro cultural asombroso —formado por obras literarias y musicales de todo tipo— de muy difícil parangón por su calidad y cantidad.

Antonio Sánchez Portero
(2 de mayo de 1993)

 

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